sábado, 30 de novembro de 2013

UN REGALO DE AMOR

UN REGALO DE AMOR


La Eucaristía es un regalo de amor de Dios a los hombres, es el tesoro de los tesoros. Es el regalo de los regalos. Es Dios mismo que se da como don y alimento a los hombres. ¿Podríamos haber imaginado mayor muestra de amor? La Eucaristía es el sacramento de la presencia de Jesús, del amigo divino, que viene a nosotros a ofrecernos su amistad y a pedimos un poco de amor. La Eucaristía (misa, comunión, adoración) es la mejor manera de encontrarnos con Dios, de renovar nuestra amistad con Jesús... Es el mejor alimento espiritual, es la mejor oración. Y, sin embargo, cuánta falta de fe en dejar abandonado al Dios escondido. Precisamente, no pensar en la Eucaristía, no vivir la Eucaristía, es el mayor pecado o deficiencia de nuestro catolicismo. La mayor parte de las iglesias están cerradas casi todo el día, escondiendo así al mayor tesoro del Universo y al mejor medio de santificación: Jesús Eucaristía.

Debemos tener bien claro que la Eucaristía no es algo, sino Alguien. Alguien que te ama y te espera. Su nombre es JESUS. Por eso, toda tu vida cristiana debe ser una vida de amistad con Jesús, lo que significa que debe ser una vida eucaristizada, con una relación personal con Jesús Eucaristía.

Sin embargo, la mayor parte de la gente, cuando tiene problemas, busca solamente la salud en médicos, siquiatras o curanderos de cualquier clase. Se van a cualquier grupo o religión para buscarla... y dejan solitario al médico de los cuerpos y de los corazones, Cristo Jesús. ¿No es esto como para llorar de pena? Se busca la felicidad en tantas cosas, a veces costosas, cuando tenemos tan cerca al Dios de la felicidad. ¿Por qué? ¿Por qué no creemos un poco más? ¿Por qué no comemos el “pan de los fuertes”?

¡Qué pena la de Jesús, viendo tantas almas que se debaten bajo sus ruinas y que ya no sienten el calor del sol ni oyen el trino de los pájaros ni perciben el perfume de las flores! ¡Tantas almas frías y egoístas para quienes ya no existe la paz ni la alegría y casi no tienen fe! ¡Con lo fácil que les sería acercarse al sagrario para pedir ayuda! ¡Cuánto amor y cuánta paz encontrarían para superar las dificultades de cada día!

En 1937 varios exploradores rusos lograron pasar unos meses en las proximidades del Polo Norte, en el reino del hielo eterno, o, como solía decirse, de la “muerte eterna”. Hasta entonces, se creía realmente que allí no podía crecer ninguna planta. Por eso, la sorpresa de los exploradores fue enorme al encontrar en el mismo Polo Norte una flor. Era una especie de alga diminuta, del tamaño de la cabeza de un alfiler, de color azul. Quisieron descubrir su raíz y empezaron a cavar. Cavaron nueve metros de profundidad y todavía no dieron con el final de la raíz... Ciertamente, esa flor es un ejemplo para nosotros. Por todas partes, le rodeaban el hielo y la muerte y no se asustaba ni retrocedía. Iba taladrando el suelo y se lanzó, en el reino de la oscuridad y de las tinieblas, hacia arriba en busca de la luz, hasta que la encontró. No le importó, si tuvo que subir veinte metros. Valió la pena llegar a la luz y poder alegrar la vida de unos exploradores y alabar a Dios en las solitarias y heladas regiones del Polo Norte. Por eso, tú no te desanimes, no importa cuántos metros estés bajo el peso de tus pecados. Jesús te espera en la confesión y en la luz del sagrario, sigue subiendo, El es la luz del mundo y te está esperando para darte una nueva vida.
Allí, en el sagrario, vela Jesús todas las noches en silencio, esperando la llegada del alba y de algunas personas que lo amen para repartirles sus tesoros de gracia escondidos en su Corazón. Porque el sagrario contiene todos los tesoros de Dios, ahí están los almacenes llenos y son inagotables. ¿Por qué no vas a misa? ¿Por qué no comulgas? ¿Por qué no te arrodillas ahora mismo, en el lugar donde te encuentras, y te diriges al Jesús del sagrario? Mira hacia la iglesia y dile así:



Jesús mío, ¿qué haces ahí todo el día en la Santa Eucaristía? ¿Qué haces en las noches silenciosas, solitario en la blanca hostia? ¿Esperándome? ¿Por qué? ¿Tanto me amas? ¿Y por qué yo me siento tan angustiado por los problemas y creo que Tú te has olvidado de mí? ¿En qué pienso? ¿En qué me ocupo? ¿Por qué me siento tan solo, si tú eres mi compañero de camino? Ahora, he comprendido que tú me amas y me esperas y seguirás esperándome sin cansarte jamás, porque tienes todo tu tiempo exclusivamente para mí. Señor aumenta mi fe en tu presencia eucarística. Lléname de tu amor ven a mi corazón. Yo te adoro y yo te amo. Yo sé que tú estás siempre conmigo y que contigo ningún vendaval y ninguna tempestad podrá destruirme. Dame fuerza, Jesús, YO TE AMO, perdóname mis pecados. Yo sé que, si estoy contigo, tengo conmigo la fuerza del Universo, porque tú eres mi Dios.

¡Oh misterio bendito, prodigio de amor; sacramento admirable, fuente de vida, Jesús Eucaristía! ¡Qué vacía estaba mi vida sin Ti! Ahora he comprendido que tú eres mi amigo y quieres abrazarme todos los días en la comunión. Por eso, yo te prometo ir a visitarte todos los días y asistir al gran misterio de amor de la Eucaristía. Quiero ser tu amigo. ¡AMIGO DE JESUS EUCARISTÍA!





LA EUCARISTIA ES VIDA

Dice Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Y la Eucaristía es el mismo Jesús de Nazaret, que viene a traemos vida y “vida en abundancia” (Jn 10,10).

¿Estás vacío, triste, angustiado, desesperado? Ahí está Jesús que te espera. No le tengas miedo. Acude a El con confianza. El es tu Dios y te dice: “No tengas miedo, solamente confía en Mí” (Mc 5,36).

La Eucaristía es la fuente de la vida, de la verdadera vida, de la vida eterna. ¿Estás sediento de amor, de paz, de alegría, de comprensión? Ahí está Jesús que te saciará tu hambre y tu sed. El te dice: “Yo soy el pan de vida, el que viene a mí ya no tendrá más hambre, el que. cree en mi; jamás tendrá sed” (Jn 6,35). “Yo soy el pan vivo bajado del cielo, si alguno come de este pan, vivirá para siempre y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo” (Jn 6,51). “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en El... el que me come vivirá por mi... el que me come vivirá para siempre” (Jn 6,53-59). Jesús es fuente de vida y quiere, a través de nosotros, serlo también para los demás. Por eso, nos dice: “El que cree en mí; ríos de agua viva correrán de su seno” (Jn 7,38). Asistamos, pues a la celebración eucarística a colmarnos de vida divina para que podamos después compartirla con nuestros hermanos. Recordemos a todos lo que dice Jesús: “El que tenga sed, venga, y el que quiera tome gratis el agua de la vida” (Ap 22,17). “Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin. Al que tenga sed, le daré gratis de la fuente de agua de vida... y seré su Dios y El será mi hijo” (Ap 21,6-7). “Si alguno tiene sed, que venga a Mí y beba” (Jn 7,37).
Sí, Jesús es la vida de nuestras almas, pero ¿cuántos creen en El? ¿Cuántos lo reciben con amor? Y Cristo sigue gritando a los cuatro vientos: “Esto es mi Cuerpo, que es entregado por vosotros, haced esto en memoria mía... Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros” (Lc 22,19-20). Y S. Pablo insiste: “Sed vosotros jueces de lo que os digo: el cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es acaso la comunión con la sangre de Cristo y el pan que partimos, ¿no es acaso la comunión con el Cuerpo de Cristo?” (1 Co 10,16).

“Yo he recibido del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que fue entregado tomó pan y después de dar gracias lo partió y dijo: Esto es mi Cuerpo, que se da por vosotros, haced esto en memoria mía. Y asimismo después de cena; tomó el cáliz, diciendo: Este es el cáliz de la nueva alianza en mi sangre, cuantas veces lo bebáis, haced esto en memoria mía... Así pues, quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor Examínese, pues, cada uno a sí mismo y coma del pan y beba del cáliz, pues el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación”
(1 Co 11,23-26).

La Eucaristía es “el manjar de los ángeles” (Sab 16,20), “el pan de los fuertes” (Sal 78,25), “el pan de los cielos” (Sal 105,40), “el pan vivo bajado del cielo” (Jn 6,51). Es por esto que el que comulga con frecuencia, sentirá en su alma una fortaleza extraordinaria para afrontar los problemas de la vida diaria y se conservará fuerte y joven espiritualmente, porque estará recibiendo vigor del Dios eternamente joven, que nunca envejece y que es fuerte sobre todas las cosas.

El año 1901 se cerraron en Francia todos los conventos y expulsaron a los religiosos, pero se permitió que continuasen en el hospital de Reims las religiosas enfermeras. Un día llegó allá la comisión inspectora del Concejo municipal y le invitó a la Superiora a enseñarla todas las salas. Abrió la primera sala: todos eran enfermos de cáncer ellos pasaron de largo. Abrió la segunda, la tercera, la cuarta, todo eran enfermos de gravedad. Los miembros de la comisión no se detuvieron en ninguna sala. Uno de ellos, al despedirse, le preguntó a la Superiora:
- Usted ¿cuánto tiempo lleva aquí?
- Cuarenta años.
- Y ¿de dónde sacó fuerzas para aguantar?
- Comulgo todos los días. Si no estuviese conmigo Jesús sacramentado, no habría podido resistir.
Sí, allí en la hostia santa, está el poder infinito de un Dios, que no ha querido escoger el rayo para manifestar su poder, ni el diamante con todo su brillo cautivador. No escogió el rocío, tan dulce y agradable para acercarse a los hombres escogió la rosa tan hermosa. Quiso escoger, para esconderse y acercarse a nosotros, un pedazo de pan. Y nosotros ¿por qué estamos tan hambrientos y sedientos, cuando hay tanto alimento en la Eucaristía? ¿Por qué helarnos de frío espiritual, cuando hay tanto fuego ante el altar? ¿Por qué perdernos en las tinieblas del pecado, cuando hay tanta luz y tanta vida en Jesús Eucaristía.

Que no te pase a ti como a aquellos pasajeros de un barco averiado en alta mar. Iban a la deriva y llegaron a las costas del Brasil, pero se estaban muriendo de sed... Cuando llegó el barco salvador, todos a un exclamaron: ¡Agua! ¡Agua! ¡Dadnos agua, que morimos de sed! Y lo del barco les dijeron: ¿por qué no beben el agua del mar? Están rodeados por todas partes de agua y esta agua es buena, porque es del río Amazonas, que hace potable el agua del mar varios kilómetros después de la desembocadura. ¡Bebed, bebed y quedaréis saciados! Se estaban muriendo de sed, como tantos católicos, que tienen la fuente de la vida a su disposición, y no saben o no quieren beber del agua de la verdadera vida, que es Cristo Jesús.

Te puede pasar también como a aquel hombre que tenía una finca, donde había un salto de agua muy grande. Durante muchos años, sus amigos le decían que pusiera una turbina para generar corriente eléctrica, y él no hacía caso. Cuando ya fue viejo, un día se le ocurrió seguir los consejos de sus amigos y se admiró del tesoro que había tenido tanto tiempo olvidado. Pudo obtener electricidad para todos los pueblos cercanos e, incluso, para varias fábricas que se establecieron en el lugar. Y entonces pudo decir: ¡Cuánta energía perdida! Sí, cuánta energía espiritual perdida por desidia, por ignorancia o por comodidad. Acude a la Eucaristía. La comunión te dará fuerza y alegría al alma. Te llenará de una nueva vida y te rejuvenecerá el espíritu.

¡Ven Jesús. Ven, a mi corazón. Dame tu vida y lléname de amor! Tú eres fuente inagotable de aguas vivas. Tú eres la vida de mi vida. Tú eres mi Señor y mi Dios.


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