terça-feira, 28 de maio de 2013







“LA FE ES UN DON DE DIOS”


“Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios” Efesios 2,8

1. TU FE TE HA SALVADO.

Tu fe te ha salvado. Vete en paz. (Lucas 7,50). Tu fe te ha salvado, es una expresión de nuestro Señor Jesucristo reiterativa en los evangelios. De donde viene nuestra fe?. San Pablo lo explica muy bien en sus cartas, en especial en Efesios, 2,8; “es un don de Dios”.

Entonces nos damos cuenta que nuestra salvación, es la obra de la infinita misericordia de Dios por cada uno de nosotros, motivo importante para estar siempre agradeciendo a Dios en todo momento y lugar. Esta frase que expone San Pablo, no se contradice con los merito que hacemos en nuestra vida como hombres de bien, por tanto no se debe tomar esta sentencia en el sentido que San Pablo diga que no son necesarias las obras de bien, que es lo que se escucha mucho de nuestros hermanos cristianos que siguen el ideal protestante. Ciertamente, esto que explica el apóstol, debe leerse en el contexto de las frases anteriores y las que siguen de la carta a los Efesios, entonces podemos comprender mejor que la salvación vino a los hombres, no por los méritos de su parte, sino por el don de la Gracia, o sea es un “Don de Dios”, que nos llega por su infinita misericordia y amor por todos nosotros.

Aunque la fe del hombre sea pequeña, “como un grano de mostaza” pero de algún modo completamente indispensable, esta condición ya hace al hombre sensible a la revelación Divina y su fuerza renovadora. “Porque yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: "Desplázate de aquí allá", y se desplazará, y nada os será imposible. (Mt 7,20)

2. DIOS SE APIADA DE NOSOTROS Y CON SU GRACIA DIVINA NOS AYUDA A CREER

Por otra parte, nos damos cuenta como es el hombre que no cree, es empecinado en negar las cosas de Dios, no busca ver en el la luz y se nos muestra ciego espiritualmente, es decir, él no es capaz de entender algo espiritual y vivir con intereses espirituales. A estas personas San Pablo se refiere en esta misma carta, como hombres muertos, es decir a los hombres no espirituales y les llaman muertos (Efesios 2:5), porque están como imposibilitados de vivir con intereses superiores a ellos y no tiene el mínimo ánimo de sentir la presencia de Dios y por eso son ajenos a Él. Y así en este estado de hombres muertos encontramos a todo hombre que no cree y no se ha bautizado.

Santa Teresa de Jesús, cuando define la oración, se refiere a Dios como a quien sabemos, nos ama, y esto de que Él nos ama, se muestra como en tantas situaciones de nuestra vida, porque teniendo en cuenta la situación indefensa en la cual nos encontramos en este difícil mundo, Dios se apiada de nosotros y con Su Gracia Divina nos ayuda a creer, lo que nos permite abrir nuestra conciencia. Pareciera como si Dios nos animara a que abramos nuestro corazón a Él, fijemos la mirada en El, y viéramos como Él nos propone ayudarnos, en otra palabra nos pide “vuélvanse a Mí, abran sus ojos mírenme y reciban Mi luz, en ella está la verdad”. Como pide la misma Teresa de Jesús; “Estate allí, acallado el entendimiento, mira que te mira, acompáñale y habla y pide y regálate con Él”.

Es así entonces porque San Pablo expresa que la fe “es un don de Dios”. En verdad, entendido de buena forma, los hombres llegamos a la fe, no tanto por el empeño o los esfuerzos que hacemos, como por la iluminación superior y que viene de Él. Por tanto, es Dios quien nos eleva de lo terrenal a lo celestial, de lo corpóreo a lo espiritual.

Llamó el Señor: “¡Samuel, Samuel!” El respondió: “¡Aquí estoy!”,…… “¡Habla, que tu siervo escucha”. (Samuel 3). Cuando el hombre responde al llamado del Señor y recibe dentro de sí a Su luz, él se puede considerar que está salvado, no en el sentido que por haber sido llamado por Dios, ya tiene asegurado el paraíso y luego ya no hay de qué preocuparse de nada, pero si puede entenderse que el que ha sido llamado y ha dado una respuesta al Señor, ya se encuentra en el camino de salvación.

3. LA FE EN CRISTO JESÚS, NOS ABRE A LOS HOMBRES EL ACCESO A TODO LOS DONES DE LA GRACIA.

Consecuentemente, toda la vida se manifiesta en la correspondiente actividad y crecimiento. La fe cristiana, si ella realmente ha penetrado en el corazón y ha cambiado el concepto sobre el mundo del hombre, consecuentemente se manifestará en obras de amor y en su crecimiento espiritual. Por eso el Apóstol Pablo, hablando de la fe, añade: “En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos.” (Efesios 2,10). Esto significa, que antes, siendo muertos espiritualmente, éramos incompetentes para hacer las obras de bien. Pero Cristo, que nos ha transformado en hombres nuevos, ahora, unido a él, como el sarmiento a la Vid, permaneciendo en Cristo, con él y en él, podemos dar muchos frutos, porque separados de Cristo no podemos hacer nada. (Cfr. Jn 15,5), es decir, en Cristo seremos capaces de hacer el bien.

Ahora bien cuando decimos la palabra obras, esta hay que entenderla no en forma como lo entendían los judíos, es decir como obras de la ley, que consistían en un cumplimiento automático de las reglas externas y diferentes rituales, sino, como una actividad virtuosa plena de amor. Es por eso, que en los tiempos apostólicos la fe cristiana, se llamaba “el camino”, porque “había sido instruido en el Camino del Señor y con fervor de espíritu hablaba y enseñaba con todo esmero lo referente a Jesús”, (Hech. 18:25). Por tanto al decir “obras”, este no es un estado inmóvil en seguridad autosuficiente, sino una inclinación activa hacia el perfeccionamiento en la vida cristiana, y así muchos santos, como Teresa de Jesús, el progreso de nuestra vida en la fe es parte del Camino de Perfección. La vida justa es tan natural a la fe como los frutos buenos a un árbol vivo.

4. SEÑOR; “AUMÉNTANOS LA FE”. (Lc 17,5).

Por otro parte, la ausencia del entusiasmo por nuestra fe, es decir una fe sin enardecimiento del corazón, es decir la apatía y el abandono de las cosas de la fe y la indiferencia hacia la vida espiritual, expresan que la luz de la fe se nos está apagando, que ya no estamos en el camino con él, y por tanto nos estamos muriendo espiritualmente. Es el momento en el cual, tenemos que detener el camino que llevamos, para pedir al Señor, igual como hicieron los amigos del Jesús: Señor; “Auméntanos la fe”. (Lc 17,5).

Por tanto, la profunda comprensión de las verdades de la fe necesita una iluminación Divina. Por eso, roguemos siempre a Dios que ilumine nuestros corazones y que lo dejemos dispuesto a Él, porque sólo recibiendo sabiduría e iluminados de lo alto, podremos comprender la superioridad de la fe cristiana y valorar la grandeza de todo lo que hizo y hace Dios por todos nosotros al regalarnos el don de la fe.

El Señor nos bendiga, con la virtud de la fe

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